Fernando III, el rey santo.

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Hoy, día 30 de mayo, nos detendremos, como no podría ser de otra forma, en la figura del patrón y conquistador de la ciudad, Fernando III “El Santo”.

Nacido en el año 1199 en algún punto de Castilla y León, probablemente de Zamora o Valladolid, es hijo de la reina Berenguela I (Reina de Castilla) y de Alfonso VIII (Rey de León). Con su reinado, se consolida la unión dinástica de los dos reinos históricos de Castilla y León, uniéndose ambos en un mismo reino (Corona de Castilla) que seguiría avanzando en la Reconquista hacia el sur peninsular, especialmente la zona del Valle del Guadalquivir.

De esta forma, Fernando III, aprovechando las disonancias internas del reino almohade en Al-Andalus (que incluso provocarían la disgregación de las llamadas “Terceras Taifas”) se lanzó con arrojo a la conquista del sur peninsular, enlazando una gran cantidad de victorias consecutivas en todas sus acometidas: Baeza (1227), Córdoba (1236), Jaén (1246) y por fin su conquista más preciada, la ciudad de Isbilyah (Sevilla), joya y capital del imperio almohade, que conquista en 1248 acompañado de figuras como Ramón de BonifazGarci Pérez de Vargas, o de Pelay Pérez y Correa, entre otros.

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Tras haber finalizado la reconquista del sur de España (a excepción del Reino de Granada) muere un 30 de mayo del año 1252, cuando organizaba una intervención en el norte de África para impedir nuevos brotes de amenaza islámica contra sus territorios. Le sucedería en el trono su hijo Alfonso, apodado El Sabio, enterrado junto a su padre en la Capilla Real de la Catedral de Sevilla.

Como rey, fue sin duda uno de los más relevantes reyes de España, no solo durante la Edad Media, sino durante toda la historia de España y de sus tradicionales reinos. Unificó los reinos de Castilla y León, introdujo el castellano como lengua oficial como relevo del latín, codificó la legislación de nuestro derecho, ordenó la construcción de las imponentes catedrales de Burgos y de León y, sin duda, proporcionó a la Reconquista un empuje tan potente que durante los 30 años que duró su reinado se conquistó una extensión de territorio similar a la que habían conquistado los anteriores reyes cristianos durante los cuatro siglos anteriores. Amante de la diplomacia antes que la guerra, fue un rey profundamente conciliador, justo, además de tolerante con judíos y conversos y siempre leal con amigos y enemigos.

No cabe ninguna duda, pues todas las fuentes lo confirman y coinciden, en que fue un rey piadoso, benigno y compasivo. De profundas raíces cristianas, jamás fue altivo ni arrogante, sino que hizo de la humildad y de la obediencia su razón de ser. Tanto es así que ni en su coronación como Rey de Castilla organizó celebraciones, ni para su sepulcro quiso estatuas ni adornos.

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De esta forma, en el año 1671 fue canonizado por el Papa Clemente X. Los años anteriores a esta canonización, se tuvo que proceder a una larguísima búsqueda por toda la ciudad de imágenes del rey que acreditaran su fama de santidad. Como curiosidad, de esta labor se encargó ni más ni menos que el mismísimo Bartolomé Esteban Murillo, que en 3 años de búsqueda por toda la ciudad reunió tal cantidad de imágenes que se atestiguó la fama de santidad del rey a los ojos del Papa.

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